miércoles, 16 de diciembre de 2009

NOVeLa FiloSÓFIca ExisTENcial (2°-3)_Las Moscas de Sartre


... Por su parte, pero en consonancia con lo que se ha expuesto de Kafka, el objetivo del teatro sartreano consiste en tratar de mostrar que el hombre es lo que hace con su vida, para que haga solo aquello que lo arroja a su libertad, para que asuma su proceso de liberación. De este modo, Sartre busca generar identificación, pero no imitación. Concibe al ser humano en absoluta soledad a la hora de la toma de decisiones, a la hora de configurar una justificación sobre el curso de su acción, sobre las determinaciones que toma. No tendría sentido, pues, señalarle soluciones porque ello no contribuiría en nada a mitigar el peso absoluto de la responsabilidad que cada cual tiene sobre sus propios actos, sin poder apelar a la balsámica delegación de sus decisiones en las normas, o lo que fuera. No hay forma de escabullirse al tremendo peso de la libertad que tenemos a cada instante.

Cada cual, como descubriera Orestes en Las moscas es absolutamente libre , y eso significa que crea valores con sus propios actos. No hay auxilio posible en esa instancia. Ni normas, ni preceptos, ni modelo ajeno. Nada puede salvarme de esa responsabilidad, como pretendía Electra al refugiarse en Júpiter después del asesinato . El hombre es libre, excepto para elegir la privación de su libertad, por ello es responsable también de consentir en perderla. Lo que significa, que el hombre también es libre para perder la libertad, pero según Sartre bastaría con mostrar el juego de razones admitidas equivocadamente como causas determinantes, para que el sujeto debiera rechazar las trampas que se ha interpuesto.

El objetivo subyacente en Las moscas consiste en tratar de superar la manipulación que de la culpa ha hecho una parte del judeo-cristianismo, desde una posible lectura del proceso liberador de Argos, donde el pueblo había sido dirigido a asumir colectivamente un crimen para ser mejor dominado y que le impedía asumir el peso de sus actos .


De este modo, los personajes que se van convirtiendo en antagónicos sin quererlo ni buscarlo son Orestes y Electra. Los hermanos que tanto se habían buscado y deseado encontrar, que tanto se amaron... hasta que decidieron hacer uso de su “libre albedrío”. La mención del “libre albedrío” en este momento del escrito es con la intencionalidad de distinguirlo de la “libertad”. Tomando como referencia a los protagonistas de la historia es posible hacer notar la diferencia con mayor claridad.

Tanto Electra como Orestes querían deshacerse de Clitemnestra (su madre) y Egisto (su padrastro), el asesino de su padre, y planearon en conjunto la forma de hacerlo. Sin embargo, una vez realizada la acción del asesinato Electra quiere librarse de la culpa, se excusa, se atemoriza y busca refugiarse en los brazos de Júpiter. Es decir, el uso de su voluntad se reduce al acto aislado del asesinato, pero no asume las consecuencias, sino que quiere verse eximida de ellas. Por lo tanto, Electra ejerce tan sólo “libre albedrío”, la capacidad de elegir actos aislados, desconectados de sus causas y sus consecuencias. Visto desde la perspectiva kafkiana se puede decir que aún no ha logrado despertar a su proceso o que en el mejor de los casos sigue esperando que su “abogado” resuelva su proceso sin verse comprometida con el que es “su” proceso.



Orestes, por el contrario, sabe que ha asesinado y no se arrepiente. Asume su culpa y eso le libera de “las moscas”, es decir del escrúpulo de su acción. En consecuencia, Orestes asume su proceso, incierto, pero suyo. No busca defenderse porque se sabe dueño de sus actos. No busca suplantar al rey usurpador, porque se reconoce como rey sin súbditos, o mejor dicho sin más súbditos que él mismo. De tal modo, Orestes ha dado un paso más que Electra y sin embargo se encuentra lo suficientemente alejado de ella como para atemorizarla. Es más que un “extraño” para su hermana, es una “amenaza”...

Continuará... (3°-3)


Erick Fernando

jueves, 5 de noviembre de 2009

NOVeLa FiloSÓFIca ExisTENcial (1°-3)


Cuando hojeamos el interior de una obra filosófica es común encontrarnos con ideas, nociones, conceptos y consideraciones abstractas que parecieran presentarnos una “fría conciencia pura”. En otras palabras, la idea más general y generalizada de la filosofía es que trata de cosas que no interesan al hombre de la vida cotidiana y que es un estudio “frío” de la realidad. Sin embargo, tal como lo describe Nicola Abbagnano:

“Filosofar significa para el hombre, en primer lugar, afrontar con los ojos abiertos el propio destino y plantearse claramente los problemas que resultan de la justa relación consigo mismo, con los demás hombres y con el mundo. Significa, no ya limitarse a elaborar conceptos, a idear sistemas, sino elegir, decidir, empeñarse, apasionarse: vivir auténticamente y ser auténticamente sí mismo.”

De este modo, una nueva forma de plantear los problemas filosóficos al hombre de la cotidianidad es mediante la “novela filosófica”, que de suyo esboza situaciones de la vida real y valiéndose del lenguaje simbólico, nos lleva a consideraciones sobre la vida, la muerte, la libertad, la alteridad, el relativismo, entre otros.


En el presente ensayo se desarrolla el problema de la libertad desde tres novelas filosóficas: El proceso de Franz Kafka, Las moscas de Jean-Paul Sartre y El extranjero de Albert Camus.

La primera obra a analizar es El proceso de Kafka, la elección es simbólica, ya que tanto la vida como la libertad humanas pueden ser interpretadas como verdaderos procesos. Es decir, puesto que el hombre no está definido de una vez y para siempre necesita ir cuestionándose agustinianamente ¿quién soy? y ¿qué va a ser de mí? O lo que es lo mismo, ¿qué soy ahora? y ¿qué puedo llegar a ser? En esto consiste justamente “el proceso”, en tratar de dar respuestas a estas cuestionantes filosóficas, pero primordialmente existenciales.

En consecuencia, el inicio de la novela no podía ser más ilustrativo del comienzo del proceso de ser sí mismo. El despertar . El despertar exige una infinita presencia de ánimo, que permita actuar con rapidez, proporcional al modo aparentemente ilimitado de la dispersión, característica del estado de ensoñación. Quien no agarra velozmente el hilo de la continuidad del día, corre el riesgo de quedar atrapado, no en el sueño, sino en una forma particularmente aterradora de la vigilia. Literalmente, podría ser la forma del aturdimiento, ese momento inicial del despertar, que consiste en abrir los ojos a una pura exterioridad vacía de todo sentido.



Este modo inquietante de la vigilia, es quizás el que más se parece a la perspectiva de K. en El proceso. Pero su historia, enseña que el quedar detenido en ese momento del despertar, es algo más que un fenómeno fisiológico. Es, de hecho, la imagen originaria y, en parte latente, del extrañamiento, de esa ruptura invisible con el mundo familiar y conocido que, de pronto, sobreviene dentro de la propia vigilia. La imagen del despertar aturdido, une el instante del extrañamiento con el lugar de mayor familiaridad: el dormitorio o la cama. A partir de aquí, esto es, desde el principio, lo familiar, salvo como ilusión o deseo, no tendrá lugar en El proceso.

De tal manera, el despertar es el momento de máxima vulnerabilidad, porque en él se demora el estado de desprotección propio del sueño. ¿Cómo, entonces, se puede estar preparado? De hecho, no se está preparado. Siempre nos toma por sorpresa. Nacemos sin haberlo pedido y somos puestos en el mundo para ser libres… aunque no tenemos ni la más mínima idea de cuáles son las reglas del juego, las reglas del proceso. Hemos sido puestos en el mundo para ser libres, pero el camino para serlo lo hemos de descubrir en el proceso de ser libres, nunca antes.


Por otro lado, hay que tener bien presente que quien entra en proceso se convierte en un extraño, un extranjero. Los demás aún cuando condicionan su vida no lo terminan de entender y “pasan” por su vida, pero no se quedan para siempre. Inclusive no hay abogado que pueda llevar con éxito nuestro proceso, como pasa con K. que se ve en la necesidad de despedir a su abogado y tomar las “riendas” de su proceso . De igual modo, nuestro proceso corresponde a nosotros mismos. Cada quien es el abogado de su propio proceso.

Ahora bien, “tener un proceso es haberlo perdido ya” , en el sentido de que quien vive lo hace para morir. Así, no es que estemos en la imposibilidad de vivir con autenticidad la vida, pero la vida siempre será demasiado corta para quien comienza a vivirla. No obstante, vivir con autenticidad es vivir libre, ser sí mismo. Lo que significa que no importa morir si se ha aprendido a vivir libremente. En este sentido, la libertad nos concede una especie de anticipación a la muerte. Aprender a ser sí mismo libera al hombre incluso de su vida misma.

Lo anteriormente descrito lo podemos constatar en el breve, pero aplastante capítulo final , donde K. aparece distinto. Ante todo, se anticipa a los hechos. A pesar de no haber sido notificado sobre visita alguna, su actitud es la de quien espera invitados. Da la sensación de que por fin ha visto lo que se le escapa desde el primer momento: ser arrestado -o arrastrado- es ya empezar a morir. Como el retardo es parte de la agonía, el golpe de vista sólo podía estallar dentro de una esfera que, en cierta medida, se sustrae al poder que ciega. Esta esfera es la de un sueño, que no es premonitorio, pero sí una revelación, la fisura del retardo, el pasaje hacia el fin...

Continuará... (2°-3)

Erick Fernando


lunes, 12 de octubre de 2009

BUSCANDO alternativas



La principal labor del filósofo es la de buscar alternativas de vida.
Aunque las cosas hayan sido hasta hoy de un modo, siempre hay opciones.
Cuál alternativa te atreves a construir tú?
Es tu valor el suficiente para ser tú mismo una alternativa para los demás?

Erick Fernando

domingo, 6 de septiembre de 2009

FILOSOfar PARA VIVIR

Cuando hojeamos el interior de una obra filosófica es común encontrarnos con ideas, nociones, conceptos y consideraciones abstractas que parecieran presentarnos una “fría conciencia pura”. En otras palabras, la idea más general y generalizada de la filosofía es que trata de cosas que no interesan al hombre de la vida cotidiana y que es un estudio “frío” de la realidad. Sin embargo, tal como lo describe el filósofo Nicola Abbagnano:

“Filosofar significa para el hombre, en primer lugar,
afrontar con los ojos abiertos el propio destino y
plantearse claramente los problemas que resultan
de la justa relación consigo mismo,
con los demás hombres y con el mundo.
Significa, no ya limitarse a elaborar conceptos, a idear sistemas,
sino elegir, decidir, empeñarse, apasionarse:
vivir auténticamente y ser auténticamente sí mismo.”

Para constatar lo que afirmo les comparto un video que compara algunas ideas generales del filme "Matrix" y del "mito de la caverna", del filósofo griego Platón.

Disfrútalo, reflexiónalo y si la vida te alcanza, coméntalo...

Ecknan Ferrick

sábado, 25 de julio de 2009

POSMODERNOS SUPERSÓNICOS

Interesado en contactar a otras especies inteligentes —huéspedes también del sistema solar que habitamos—, un grupo de científicos estadunidenses encabezados por el astrónomo Carl Sagan, puso en órbita dos sondas llamadas Voyager 1 y 2, que precedieron a otras de la misma naturaleza y cuyos propósitos eran muy semejantes.

Acorde con su altísima misión, el cargamento de las interestelares viajeras intentaba decir a sus probables interlocutores qué era la raza humana y dónde estaba ubicada. La tarea, que en un principio se antojaba sencilla, se convirtió en una larga (y todavía inconclusa) polémica: ¿Qué definiría mejor al género humano ante otras formas de vida?

Así, con un disco en el que se grabaron saludos humanos en medio centenar de idiomas, piezas musicales representativas de distintas culturas, sonidos propios del planeta e imágenes diversas de los terrícolas, las cósmicas palomas mensajeras abandonaron Cabo Cañaveral, Florida, en agosto y septiembre de 1977 para dirigirse a su destino.

Trascurridas tres décadas de aquel memorable lanzamiento, sigue siendo tentador repetir el ejercicio y suponer qué enviaríamos al espacio como indicio de nuestra existencia. ¡Qué grandiosa oportunidad para alardear por los hallazgos científicos y los notabilísimos avances realizados precisamente en el último cuarto de siglo!


Laptops, ipods x-boxs y demás bichos cibernéticos conformarían el equipaje de las nuevas sondas espaciales, y serían prueba inapelable de la conquista de la física cuántica por parte del tataranieto (del tataranieto, del tataranieto, hasta ajustar los tiempos) del homo neanderthalensis. ¿Dónde extraviamos al barro animado por el soplo divino?

No cuestiono ni soslayo la evidente utilidad de la informática en nuestro tiempo, sólo me gustaría saber ¿Por qué las nociones fundamentales de libertad, justicia, amor al próximo, misericordia y bondad no son computables? ¿Por qué KanBalam (la súper computadora de la UNAM) es incapaz de refutar ideas perversas o de destrucción?

Signo inequívoco del siglo, la paradoja es también sello distintivo: hoy cuando hacemos ostentación de la instantaneidad de la comunicación y de la miríada de información a nuestro alcance, merced a la Internet, somos rehenes de una trampa por nosotros construida: mitificamos las computadoras sin percibir cómo atentan contra el arte de pensar.


Tareas escolares, argumentos legislativos y escritos periodísticos son fruto de una práctica extenuante: cortar y pegar. (¿Pensar, para qué?) Pareciera que en aras del confort prometido por Los Supersónicos, Cometín y Lucero Sónico se multiplican en nuestros jóvenes, haciéndolos prosélitos del culto simplón a un dios de metal retacado de semiconductores.

El hecho de que en 2006 el buscador de Google registrara más de 50 millones de entradas con el nombre de Paris-Hilton, y que YouTube dedicara más de 40 mil páginas a la presunta cantante, no significa necesariamente estar mejor informados. ¿Realmente cuánto evolucionamos desde que nuestros ancestros dejaron su huella en las Cuevas de Lascaux?
Ju

jueves, 23 de abril de 2009

DE ESTUDIANTES A CONSUMISTAS DE INFORMACIÓN

A propósito de que la SEP ha decidido sacar a la Filosofía del mapa curricular de los estudiantes de nivel medio superior, recorde que, hace dos años tuve la oportunidad de ser panelista en un Foro de Filosofía, cuando aún era estudiante de Filosofía en Guadalajara, y prepare un breve ensayo en el que intuía las medidas que ya comienzan a tomarse... A ver qué les parece.

Siempre que visito a mi abuelito no deja de recordarme y recomendarme que me prepare, que estudie y logre así ser una gran persona, con sabios conocimientos, buenos hábitos, firmes valores y una actitud constructiva ante la vida… sin embargo, nunca olvida agregar: “por eso estudia una carrera que si te haga ganar dinero y te permita ser «alguien»”. Yo valoró sus sabios consejos, aunque me cuestionó: ¿la educación que la sociedad actual nos provee a los estudiantes cumple con todas estas características? ¿El hecho de prepararme para tener una buena posición económica y social me llevará a dejar de lado los valores y las actitudes que están en favor de la vida? ¿Es ésta la sociedad en la que quiero desarrollar mi proyecto personal y comunitario de vida?

Un vistazo general a la sociedad actual, permite darnos cuenta que existen Instituciones educativas que se dedican simplemente a informar a sus alumnos. Es decir, a llenarlos de conocimientos para que sean productivos y se integren lo más pronto posible al mercado laboral. Casi podría decirse que son “maquiladoras” de profesionistas o técnicos, ya que buscan “producirlos” a todos bajo los mismos lineamientos y aspiraciones: para ser cada vez más eficientes en favor del mercado y a cualquier precio, incluido el humano.

En este contexto, los estudiantes que piensan y levantan la voz son mal vistos, sólo son “alborotadores”; y si lo son desde que estudian mucho peor, ¿qué será cuando estén en alguna empresa? Seguramente la llevaran a la quiebra. Lo de hoy es producir, ganar dinero, ser “alguien”. El pensar es perder el tiempo, cuando el interés es producir.

Tal situación tendría que hacernos reflexionar: ¿basta con la información para educar a los estudiantes? Es decir, ¿dónde quedo la formación que anteriormente solía darse en las Instituciones de enseñanza? ¿O será que precisamente porque los estudiantes con posturas reflexivas, críticas y analíticas no se dejan llevar por la moda o por el mercado, los estudios humanistas están comenzando a desaparecer de las Universidades? Es necesario en este punto detenerse un momento y pensar ¿de qué sirve que los estudiantes de hoy tengan tanta y tanta información sobre cualquier tema si lo único que se hace es recibirla pasivamente y no tomar postura crítica ante los estilos de vida que esto está generando? ¿Tenemos que concluir de esto que el modelo educativo actual no enseña a tomar postura crítica y que se conforma con llanos adoctrinamientos de sus estudiantes?

Otra pregunta que surge en nuestra reflexión es: ¿quiénes son los verdaderos “educadores” de los estudiantes de hoy? Ante el amplio terreno ganado por el internet, la televisión y los videojuegos, pareciera ser que son quienes han comenzado a tomar las riendas de la educación. De esta manera, es necesario cuestionarnos si estos medios masivos nos están formando o si más bien nos están deformando. Es curioso, como en general, se suele desconfiar de lo que un profesor en clase está diciendo a sus alumnos, o lo que un padre cuenta a sus hijos; pero cuando lo mismo es dicho en televisión o aparece en internet, entonces ya no es permitido dudar de ello, ya que “si lo dice la televisión o si aparece en internet, debe de ser verdad”. El problema es que tanto la televisión como el internet están llenos de “información fantasma”. Lo que significa que se encuentran plagados de frases y contenidos que no son sustentados por ningún argumento, salvo por el peso de la fama o la linda cara de quien lo anuncia.

De frente a esta realidad hay que reconocer que la educación y los medios de comunicación masiva ofrecen información fuertemente manipulada, a veces descaradamente convertida en “ideologización”. Por supuesto que no lo reconocerán ni mucho menos, al contrario podrán llamarle de diversas maneras como por ejemplo “conocimiento común de grupo”, “tendencias”, “actitudes liberales”. Sin embargo, no dejan de constituir una enajenación de la persona, un encasillamiento de los individuos, un empobrecimiento de lo humano.

Siendo así, es necesario hacer conciencia en los estudiantes que se forman en las distintas Instituciones educativas, que el modelo neoliberal impuesto por Estados Unidos es terriblemente ideologizante, hasta el grado de no parecer serlo. Esto puede ser rastreado mediante la reflexión y el análisis, a través de preguntas tales como: ¿y esto de qué manera me lleva a ser mejor persona o más humano? ¿Lo que estudio lo hago por obligación y necesidad o por convicción y servicio? ¿Lo que aprendo me provee realmente de sabios conocimientos, buenos hábitos, firmes valores y una actitud constructiva ante la vida? ¿Cuáles son las implicaciones sociales del sector en el que me estoy preparando profesionalmente? Aquí hay que acentuar la pregunta que interroga por la responsabilidad de esta tarea. ¿A quién le toca atender esta responsabilidad de crear un espíritu crítico y reflexivo ante los modelos que se están imponiendo? ¿Es tarea de los estudiantes o de los profesores? ¿De jóvenes o adultos? ¿O es responsabilidad de todos? Y si es así ¿qué corresponde a cada cual?

Quizás habrá más de un estudiante que diga que este tipo de preguntas no le interesan y que mientras a él o a ella no le afecte en su persona no tiene porque preocuparse. A estos estudiantes sólo puedo pedir que estén atentos. Puesto que no saben hasta cuando les podrá durar el gusto, ya que en una sociedad tan inestable como la nuestra, es requisito esperar lo inesperado. Tal vez el día de mañana las actividades a las que se dedican lleguen a su caducidad, como hoy parecen hacerlo las humanidades, el arte y la religión.

Jóvenes y adultos estamos siendo afectados por la uniformidad impuesta por el neoliberalismo. De este modo, jóvenes y adultos tenemos que despertar a la dura realidad: estamos dejando que otros vivan nuestras vidas, que otros nos digan que es lo que tenemos que hacer y por no sacrificar nuestra comodidad preferimos que nos cargue… la deshumanización y la desvalorización en la educación que impartimos y recibimos. Insisto en preguntar: ¿qué nos toca a cada cuál?

Erick Fernando

lunes, 23 de marzo de 2009

¿QUÉ ES LA VIDA?

En el día a día de nuestra vida nos levantamos cada mañana, desayunamos, nos dirigimos a nuestras actividades de estudio, de trabajo, de casa y de relaciones personales con la familia, los amigos, los compañeros de estudio y/o de trabajo. De este modo comemos, jugamos, caminamos, viajamos, etc. Al finalizar la jornada simplemente nos disponemos a dormir para al día siguiente reemprender la misma rutina. Así, en toda ésta cotidianidad, pocas veces nos detenemos a reflexionar sobre lo que nos permite realizar todas estas actividades, es decir, la vida misma.

¿Qué es la vida? Me pregunto constantemente, como tantos hombres y mujeres lo han hecho a lo largo de la historia de la humanidad. Pero, mientras más me lo pregunto menos respuestas claras encuentro al respecto. Si consideramos que la vida es realmente un bien en si mismo habrá que aclarar que, éste bien es constitutivamente “bien común”. De manera que, la realización humana no es meramente realizar personas (autoposesión) o realizar sociedades (autoconstrucción), sino que, además, exige hacer que el dinamismo de este mundo garantice la vida humana, no solo para unos, sino para todos, hoy, mañana y mientras haya seres humanos, donde quiera que esto sea. En esto consiste lo más radical de la humanización, lograr que la vida sea posible para todos y no sólo para mí.

No obstante, parece ser que no todos comparten ésta concepción y para constatarlo basta con dar un vistazo a nuestras sociedades actuales en las que, temáticas como el aborto, la eutanasia, el suicidio, la drogadicción y el terrorismo son el pan nuestro de cada día. Lo que nos lleva a caer en la cuenta de que, al reflexionar acerca de la vida, también tenemos que hacerlo con respecto a la muerte. Tales realidades nos invitan, es más nos exigen, a hacer una reflexión ética al respecto, ya que todos, de una manera o de otra, estamos incluidos y afectados en cada suceso que pasa en nuestro mundo.

Toda vida comienza con el nacimiento, pero en algunos casos ocurre una pérdida espontánea del producto de la concepción antes de que se vea viable, con o sin el consentimiento de la madre, lo que es mejor conocido como aborto. Si rastreamos a fondo el asunto podemos encontrar que existe aquí la muerte de un inocente, que hay poca responsabilidad en la práctica de la sexualidad, que tal suceso constituye una tragedia social. Pero, que además es un síntoma de la sociedad, del proyecto de humanidad que “supuestamente” nos permite la vida, y lo pongo entre comillas porque si les niega el nacimiento a algunos ¿cómo puede garantizar la vida a los demás?

La pregunta “¿qué es la vida?”, toma aquí matices peculiares: ¿quién tiene derecho a ingresar a ella?, ¿quién regula el acceso?, ¿qué criterios se siguen? Las respuestas no son sencillas de encontrar, especialmente cuando se oye hablar de “hijos no deseados”, cuando hay padres que dicen: “simplemente no lo quiero”; “tengo miedo a que mis padres me corran de la casa por ser menor de edad”; “me voy a ver gorda y fea”; “no tengo con que alimentarlo, ni una casa que darle”; “ya me dijo el médico que tendrá una deficiencia mental, solo va a sufrir”; “jamás lo tendré porque será siempre un recordatorio de aquel infeliz que destruyo mi vida”, por mencionar algo.

Sin lugar a dudas, cada caso es todo un caso, difícil de resolver y ante el cuál se juega también el papel de la maternidad: ¿protección o destrucción? Pero insisto, la respuesta no es sencilla, ya que no depende sólo de las madres que tienen inevitablemente que tomar una decisión sobre su vida y la de su hijo; sino del mismo papel que juega la sociedad como madre de todas las personas que se desarrollan a su interior, y que permite que se tengan que tomar este tipo de decisiones tan radicales.

Resulta difícil tomar postura clara ante el problema del aborto, pero conviene analizar otros casos que son igual de alarmantes en los que por medio de sustancias o ejercicios físicos se busca alterar la percepción normal de la realidad, cantidad y cualidad de la conciencia, como es el caso de la drogadicción. Más de uno dirá que no hay que escandalizarse tanto por este asunto. Con los que no puedo estar de acuerdo por la lógica que supone: si alguien se ve en la necesidad de recurrir a algo para alterar su percepción de la realidad es porque, o bien, la realidad que vivimos es tan insoportable que hay que buscar algo que la haga llevadera o en su defecto, es tan aburrida que hay que buscar algo que la haga interesante. Ambas respuestas deben llevarnos a evaluar la sociedad que vivimos, ya que nos alertan que algo anda mal con el proyecto de humanidad que nos está siendo propuesto y en el que estamos tomando parte para bien o para mal.

Es pertinente aclarar que, cuando hablo de drogadicción, no me refiero a las personas que consumen alguna substancia debido a una prescripción médica por motivos de salud y con miras a la vida, sino al hecho de consumirlas en detrimento de la vida misma. En el segundo caso, estaríamos hablando de un intento de suicidio, ya que este se define como el acto o conducta que atenta contra la vida propia.

El suicidio es otra realidad que se plantea como fundamental al preguntarnos sobre la vida. Suicidarse consiste básicamente en matarse a si mismo, lo que de entrada resulta aberrante, ya que en este caso soy yo mismo el que acabo con todas mis posibilidades. Pero, habrá que preguntar antes: ¿qué posibilidades?, si como venimos viendo, los proyectos de humanidad que nos son propuestos no siempre son alentadores y a veces lo único que se busca es huir de la vida misma. Reflexionar este tema lleva a plantearnos el asunto de la propiedad de la vida, dónde cabe preguntarnos: ¿el suicidio es un asesinato?, ¿es un acto de cobardía o de valentía?, ¿verdaderamente es la salida fácil a los problemas? Y es que se puede desear la muerte por dos razones: una puede ser por no encontrarle sentido a la vida y querer liberarse del sufrimiento que está constituyendo vivir, si es así habrá que asumir ¿en que contribuimos para que ésta situación este ocurriendo?, ¿cómo favorecemos para que el proyecto de humanidad no vivifique, sino mortifique? La otra razón puede ser que, como ya se le ha encontrado sentido a la vida se anhela la muerte como plenitud de la vida misma, como corona del camino recorrido.

No obstante, hay que ver que mi vida, lo es tanto mía como para los demás, ya que como miembros de la humanidad le favorecemos o imposibilitamos la vida a los demás, de modo que el asunto de nuestra muerte es algo que incumbe a los otros también. Solo así puede entenderse por qué el suicidio puede verse como un “asesinato de mi mismo” y en cierto modo de los que tienen algún vínculo con mi persona.

El problema que plantea el asunto de la muerte es que, en realidad no sabemos morir. De hecho es algo que jamás se aprenderá. Puesto que, es el acontecimiento que da termino a nuestra existencia tal como la conocemos y aun cuando hemos vivido la pérdida de gente cercana a nosotros (y lejana también, pero con menor repercusión en nuestras vidas), no sabemos cómo afrontar de mejor manera este acontecimiento. Es más, no sabemos con certeza, cómo nos gustaría morir y mucho menos como le gustaría morir al que se encuentra a nuestro lado.

De este modo entra en consideración el tema de la eutanasia en el que la persona aun cuando lo que quiere es vivir, no lo quiere hacer de cualquier manera, sino dignamente, autoposeyéndose y autoconstruyéndose y cuando siente que no tiene lo básico para lograrlo opta por mejor no vivir. Por tanto, la visión de la muerte, desde el planteamiento de la eutanasia, consiste en un medio, no en un fin, es decir se concibe a la muerte como un medio para aliviar el sufrimiento.

La vida no es un valor absoluto, los héroes y mártires son un ejemplo claro de ello. Lo fundamental no es sólo la vida, sino una vida digna, que garantice mi vida humanamente y que humanice la de los demás. Ahora bien, si pensamos a la muerte como un proceso, preguntémonos: ¿cómo humanizar y cómo acompañar tal proceso?, ¿qué tipo de sociedad se construye cuando se quiere evitar la muerte a toda costa, cuando no se asume? Por ello, asumir el proceso de la muerte es asumir el proceso del dolor, sin olvidar que la calidad de vida es asunto que depende de lo personal y de lo social.


Aceptémoslo, asumir que nuestros criterios y principios son universales y necesarios nos llevan a la discriminación de los demás de muchas y diversas maneras, constituyendo de ésta manera una especie de terrorismo. La razón, el problema del terrorismo, surge del fundamentalismo y fanatismo que no sólo es religioso, sino también cultural, económico o ideológico, desde los cuales se pretende imponer los criterios y valores propios aun a costa de la dignidad, la libertad y la vida misma.

Nuestras opciones fundamentales deben estar en continua revisión para no absolutizarlas, porque entonces se convertirán en meros fines y no en medios para lograr la realización humana. La manera de saber que nuestras opciones fundamentales son viables, es por medio de la justificación que los otros hacen de de ellas. Cuando los otros quieren nuestra vida, nos quieren a nosotros y justifican nuestra vivencia.

El breve recorrido realizado hasta aquí, nos permite descubrir que la vida es algo demasiado complicado de entender y que la muerte lo es aun más, pero sería conveniente recordar que tanto vida como muerte, para que cobren sentido, han de vivirse como gratuidad, que no sólo consiste en dar algo, sino en “darse” a si mismo. Pero no se reduce a actos aislados, sino que ha de buscar lograr convertirse en una forma constante de ser gratuito. De este modo, la gratuidad nos hace caer en la cuenta de la fragilidad humana y nos lleva a buscar humanizar no solo a quien quiero, sino incluso a humanizar a quien me ha pisoteado sistemáticamente, por el simple hecho de descubrirlo tan indigente como yo, tan necesitado de ser humanizado. Por tanto, la gratuidad no consiste en realizar actos desinteresados, sino todo lo contrario, es actuar con todo el interés de humanizarme y humanizar a los demás, es vivir y morir de manera humana y humanizante.

Por: Erick Fernando

viernes, 30 de enero de 2009

Libertad y Autenticidad



El ser humano es el único ser viviente que tiene la capacidad y necesidad de diseñar su vida, lo que constituye a su vez un privilegio y una carga; tal condición existencial le deja en una situación de responsabilidad ante cada acto que realiza. Sin embargo, esa misma capacidad es la que permite preguntarse si en realidad se sabe lo que se quiere tener, lo que se quiere hacer, lo que se quiere poder o lo que se quiere ser.

En efecto, la libertad resulta un aspecto muy peculiar al hablar de la existencia humana, no obstante, en la cotidianidad de la vida tal libertad no es evidente. Ante tal realidad surgen una serie de interrogantes, a saber: ¿por qué un hecho tan fundamental para el hombre, como lo es la libertad, se encuentra encubierto? ¿Qué lo encubre? ¿Cómo es posible acceder a él y liberar al hombre? ¿Los hombres de nuestro tiempo realmente desean ser libres?

En el mundo actual, el común de las personas busca seguridad, certidumbre, el menor esfuerzo posible y lo inmediato. En este contexto, establecer estructuras dadoras de orden que impidan la angustia es la moda, lo anhelado y lo que se pide de los “prototipos” humanos. Siendo así, parece ser que la libertad ha sido rehusada por el mismo “hombre común” que la ha intercambiado como precio de su “comodidad”. En consecuencia, no asume sus posibilidades más propias, ve con malos ojos al que intenta hacer conciencia de su situación y busca aniquilar al que inquieta voluntades.

A pesar de que el ser humano comúnmente elige ser “inauténtico”, es decir “uno de tantos”, “uno del montón”, por comodidad, miedo, o desinterés, eso no significa que es el único modo posible de existir, por lo que la posibilidad de la existencia “auténtica” no es mero planteamiento teórico, sino necesidad de cada persona que quiere tener conciencia de que puede ser “sí mismo”. Pero para lograr tal existencia requiere reconocer, aceptar y asumir que es un ser arrojado a la existencia, que no sabe de dónde viene, ni hacia dónde va, y que la única posibilidad de ser “sí mismo” depende de él y sus posibilidades y no de una alienación al anónimo mundo del “uno de tantos”. Tal “caer en cuenta” constituye la “angustia” ante su “ser relativamente a la muerte” que le hace descubrirse como un extraño en su propia casa, en incertidumbre e inseguridad constante y permanente, situación emocional de la que se trata de evadir a cualquier costo, aún incluso de su “sí mismo”.



Por lo tanto, puesto que el ser humano es un “ser en el mundo”, es decir un ser arrojado a una existencia en la que no está solo y no ha sido el primer arrojado, necesita asumir las riendas de su existencia por sí mismo, aprovechando la primer oportunidad para decidirse firmemente a ser “sí mismo” en vez de “uno” más, lo que constituye el “estado de resuelto”. Esto no significa que tenga que encerrarse en un egoísmo narcisista, sino más bien implica purificar las relaciones interpersonales, ya que si bien los otros constituyen parte indispensable de su constitución como “ser con los otros”, no por eso se tiene que renunciar a la apropiación del “sí mismo”.

Por supuesto, que tal conquista del “sí mismo” implica constancia y perseverancia en el asumir la angustia que nos encara ante la desnudez de la existencia que siempre se encuentra “relativamente hacia la muerte”. Pero, dado que la muerte resulta ser la posibilidad más peculiar y en la que nadie puede suplantar a la persona, descubrir esta realidad en su justa dimensión, puede dar a cada individuo, la motivación para “querer tener conciencia”, descubrir el panorama de su “ser total” y “anticipar” lo que, en cuanto ser humano individual y personal, es capaz de llegar a ser.

Sin autenticidad no hay libertad; o lo que es lo mismo, el ser libre implica el ser auténtico. Por ello, podemos afirmar junto con Heidegger que: el ser humano de la existencia “auténtica” es su libertad. Lo cual implica que la libertad no es un asunto trivial, ya que requiere asumir, en primer lugar, que urge aprender a angustiarse, es decir, aprender a entrar, afrontar y asumir las crisis; en segundo lugar, esforzarse por alcanzar el “estado de resuelto”, o lo que es lo mismo, decidirse firmemente a ser sí mismo; y en tercer lugar, la “anticipación de la muerte”, que consiste en asumir nuestra finitud, nuestra mortandad, como la posibilidad más propia de nuestra vida. Estas son las características existenciales que posibilitan una existencia al modo de la libertad. No asumir alguna de estas características implica, necesariamente, la negación del “sí mismo”. Por lo tanto, la libertad ha de ser entendida como la individualización de la persona, es decir como el conquistarse a “sí mismo” y cuando no hay tal individualización, no importando el nivel social, académico, cultural o religioso, la existencia de esa persona no pasa de ser “uno de tantos” que vive inauténticamente perdido en la masa.



A la luz de esta reflexión, es posible cuestionar si las instituciones religiosas, educativas, políticas, culturales, económicas, etc… actuales conllevan a asumir el “estado de resuelto” o si por el contrario favorecen y fomentan la permanencia en el “estado de perdido” del mundo del “uno de tantos”. Es más, resulta interesante repensar los fundamentalismos religiosos, raciales o políticos a la luz del “estado de perdido” que el mundo del “uno de tantos” origina, con el fin de plantear la posibilidad de alcanzar un “estado de resuelto” dentro de las vivencias religiosas, culturales o políticas que rompa con los fundamentalismos. Por otro lado, es posible cuestionar, ¿qué relación existe entre el “estado de resuelto” y el “amor”, en cuanto acto de voluntad? De modo que se reflexione sobre la condición de posibilidad de que el “amor” abra al ser humano a la existencia “auténtica”. Asimismo, es posible cuestionar en torno a la “voz de la conciencia”, qué hace a la persona “caer en la cuenta” de la desnudez de la existencia, ¿es posible que las obras literarias, musicales y cinematográficas, bajo cierta perspectiva filosófica, colaboren a la sensibilización para “caer en la cuenta” de la desnudez de la existencia? ¿Qué papel pueden jugar en esta sensibilización la oración y las experiencias religiosas?

Finalmente, la presente investigación pretende dar destellos que favorezcan la reflexión, tanto crítica como reflexiva, sobre la existencia propia, de modo que sea posible despertar la conciencia a la consideración sobre la importancia de una existencia responsablemente asumida, actitud propia del filósofo que cuestiona, reflexiona y analiza, buscando entenderse mejor a sí mismo, a los otros, al Otro y al mundo que le rodea, para que su filosofar sea fundamentalmente íntimo y secreto, pero con resultados para sí mismo y para los demás.



Erick Fernando