sábado, 25 de julio de 2009

POSMODERNOS SUPERSÓNICOS

Interesado en contactar a otras especies inteligentes —huéspedes también del sistema solar que habitamos—, un grupo de científicos estadunidenses encabezados por el astrónomo Carl Sagan, puso en órbita dos sondas llamadas Voyager 1 y 2, que precedieron a otras de la misma naturaleza y cuyos propósitos eran muy semejantes.

Acorde con su altísima misión, el cargamento de las interestelares viajeras intentaba decir a sus probables interlocutores qué era la raza humana y dónde estaba ubicada. La tarea, que en un principio se antojaba sencilla, se convirtió en una larga (y todavía inconclusa) polémica: ¿Qué definiría mejor al género humano ante otras formas de vida?

Así, con un disco en el que se grabaron saludos humanos en medio centenar de idiomas, piezas musicales representativas de distintas culturas, sonidos propios del planeta e imágenes diversas de los terrícolas, las cósmicas palomas mensajeras abandonaron Cabo Cañaveral, Florida, en agosto y septiembre de 1977 para dirigirse a su destino.

Trascurridas tres décadas de aquel memorable lanzamiento, sigue siendo tentador repetir el ejercicio y suponer qué enviaríamos al espacio como indicio de nuestra existencia. ¡Qué grandiosa oportunidad para alardear por los hallazgos científicos y los notabilísimos avances realizados precisamente en el último cuarto de siglo!


Laptops, ipods x-boxs y demás bichos cibernéticos conformarían el equipaje de las nuevas sondas espaciales, y serían prueba inapelable de la conquista de la física cuántica por parte del tataranieto (del tataranieto, del tataranieto, hasta ajustar los tiempos) del homo neanderthalensis. ¿Dónde extraviamos al barro animado por el soplo divino?

No cuestiono ni soslayo la evidente utilidad de la informática en nuestro tiempo, sólo me gustaría saber ¿Por qué las nociones fundamentales de libertad, justicia, amor al próximo, misericordia y bondad no son computables? ¿Por qué KanBalam (la súper computadora de la UNAM) es incapaz de refutar ideas perversas o de destrucción?

Signo inequívoco del siglo, la paradoja es también sello distintivo: hoy cuando hacemos ostentación de la instantaneidad de la comunicación y de la miríada de información a nuestro alcance, merced a la Internet, somos rehenes de una trampa por nosotros construida: mitificamos las computadoras sin percibir cómo atentan contra el arte de pensar.


Tareas escolares, argumentos legislativos y escritos periodísticos son fruto de una práctica extenuante: cortar y pegar. (¿Pensar, para qué?) Pareciera que en aras del confort prometido por Los Supersónicos, Cometín y Lucero Sónico se multiplican en nuestros jóvenes, haciéndolos prosélitos del culto simplón a un dios de metal retacado de semiconductores.

El hecho de que en 2006 el buscador de Google registrara más de 50 millones de entradas con el nombre de Paris-Hilton, y que YouTube dedicara más de 40 mil páginas a la presunta cantante, no significa necesariamente estar mejor informados. ¿Realmente cuánto evolucionamos desde que nuestros ancestros dejaron su huella en las Cuevas de Lascaux?
Ju