lunes, 12 de julio de 2010

mEnTiRaS vErdAdeRas...

Recuerdo que cuando niño los adultos solían decirme con frecuencia “siempre hay que decir la verdad”, “los niños buenos no dicen mentiras”, o cosas por el estilo. Sin embargo, en más de una ocasión me tocó presenciar, y a veces incluso ser cómplice, de alguna “mentira piadosa” para sacar de apuros a quienes tanto me insistían no mentir. Tales experiencias me llevaron a percatarme de lo contradictorio de la raza humana y aunque mi deseo era hacer caso de las invitaciones a la sinceridad, la vida misma me enseño que no siempre es fácil optar por la verdad.

El asunto sobre la mentira y la verdad moral es digno de reflexión, puesto que la condición de posibilidad para toda convivencia humana es la confianza. Confiamos en los demás, para bien o para mal, y esto permite que nos relacionemos con ellos. Si no confiáramos en el otro con el que nos encontramos en contacto, siempre estaríamos a la defensiva, cuando no a la ofensiva, y nuestra vida no sería posible, ya que los otros son fundamentales para nuestra realización personal y para nuestra existencia misma. Son ellos pues, quienes nos traen al mundo, nos educan, nos alimentan, nos visten, en fin, quienes nos posibilitan o imposibilitan la vida.

Todos hemos recibido alguna vez una promesa o tal vez la hayamos hecho nosotros, no obstante tal compromiso no siempre ha sido cumplido. Considero que esas promesas cumplidas o no cumplidas nos han configurado una postura ante éste tema, ya que como dice el refrán: “cada cual habla de cómo le ha ido en la feria”, de modo que la honestidad puede atraer honestidad, en tanto que la mentira sólo más mentira. Por supuesto habrá que analizar hasta qué grado es cierto lo aquí planteado y cuestionarnos si la verdad o la mentira se encuentran siempre en oposición con la realización personal, ya que si no esa así necesitamos responder a la pregunta siguiente:

¿Bajo qué circunstancias es lícito mentir?

Para responder a la cuestionante abordemos algunas de las soluciones propuestas al respecto. Comencemos por la contraposición de planteamientos existente entre Emmanuel Kant y Nicolás Maquiavelo. Kant propone que toda persona es un fin en si misma y no un medio, por lo que cuando se hace una promesa es obligación cumplirla, ya que de lo contrario se está cosificando a la persona al verla como mero medio para nuestros fines personales. Así, Kant consideraría inadmisible la mentira. Aunque, en caso de que nos atreviéramos a mentir tendríamos que buscar que ésta acción se convirtiera en máxima universal para el género humano, lo que convertiría a todos los hombres en mentirosos y a las relaciones personales en inviables.

Por su parte, Maquiavelo enuncia que “el fin justifica los medios”, de manera que el Príncipe, que sustenta el poder, tiene derecho a hacer cualquier cosa para mantenerlo, aunque esto implique mentir, matar, robar o lo que considere necesario, ya que para cumplir con la obligación del gobierno es mejor ser temido que amado. Parece ser que la política mexicana ha tomado al pie de la letra ésta doctrina. Sin embargo, cabe preguntarnos ¿por cuánto tiempo puede subsistir una sociedad en dichas condiciones, dónde las normas se ponen al servicio del tirano y no del pueblo?

Por otro lado, en el planteamiento ético de Platón, la mentira es inadmisible, puesto que ni los dioses mienten, de modo que los hombres (que de alguna manera constituyen el reflejo de los dioses) no pueden darse tal lujo. No obstante, considera que el fin de la mentira es el de la utilidad y en caso de que pudiera considerarse una excepción ésta debería reunir dos condiciones: que sea usada por un magistrado y siempre que sea por el bien de la República. Pero, ¿cómo lograr que tal propuesta sea respetada y no se preste a que los magistrados la usen para su interés particular? Y además, ¿cómo evitar que el magistrado se convierta en un tirano y logre persuadir al Pueblo de que lo que ordena es en realidad para el bien común, cuando la verdad es que lo hace por su bien personal?

Tal problemática nos permite ver que aún nos hacen falta elementos para decidir cuándo podría ser lícito mentir y cuándo no, por lo que quiero traer a consideración el planteamiento de Royo Marín al respecto. 

Marín nos propone que existen tres tipos de mentiras:
  1. Perniciosa, que supone por parte de la persona que miente el conocimiento de la verdad, pero dice lo contrario con la intención de hacer daño.
  2. Jocosa, que ni beneficia ni perjudica a nadie y se dice para divertir. En éste caso todos pueden caer en la cuenta de que la cosa no fue así, sino que se trata de una broma que se aclara después.
  3. Ocultar la verdad, que consiste en no revelar una verdad a quien no tiene derecho de conocerla.

Desde este planteamiento, es permisible mentir cuando se trata de una mentira jocosa, siendo siempre cuidadoso de no causar daño a terceros con tales bromas, especialmente en lo referente a la buena fama o a la salud física, puesto que podríamos causarle la muerte física a algún cardíaco o la muerte social a quien le hemos levantado calumnia. Asimismo, es lícito ocultar la verdad a quien no tiene derecho de conocerla y a partir de preguntas indiscretas intenta obtenerla; aquí podemos aplicar el refrán que reza: “a palabras necias oídos sordos”, o bien “cuando no tengas algo bueno que decir, es mejor callar.”

En resumen, la capacidad de expresar y comunicar los pensamientos y afectos mediante el diálogo está entre los mayores bienes que posee el hombre, debido a ello el buen empleo de la palabra es para todos un deber de justicia. Sin este recto empleo no sería posible convivir. Por tanto, la maldad de la falta de veracidad es algo patente: incluso los que mienten ven mal que se utilice contra ellos la mentira, ya que crea desconfianza e imposibilita las relaciones interpersonales. De este modo, el prójimo tiene derecho a que hablemos con verdad, pero no tiene derecho (salvo en casos excepcionales) a que revelemos lo que puede ser materia de legítima reserva. La mentira debe evitarse, además, por el daño que nos hace a nosotros mismos, tengamos presente que al embustero nadie le cree, aunque diga la verdad.


miércoles, 26 de mayo de 2010

De La ExIsTeNcIa A La PaNtALLa Y De La PaNtALLa A La ViDa


En el presente ensayo se hace un análisis de las películas Los olvidados, De la calle y Ciudad de Dios, bajo una temática existencial y haciendo uso de un cuadro semiótico. Tal cuadro se ira construyendo a lo largo de la explicación y se mostrará en su totalidad al final del escrito.







           
Los conceptos con los cuales se da inicio al análisis son: Conciencia de vida y Conciencia de muerte.[1] Ambos conceptos, que juegan el papel de contrarios, se han elegido ya que en las tres películas tanto el tema de la vida como el de la muerte son centrales. Sin embargo, el presente escrito pone su atención no en el hecho explícito de la vida y la muerte, sino más bien en la conciencia que los personajes hacen de ambas realidades y las implicaciones que tal concientización implica para ellos.

De este modo, el cuadro semiótico comienza con los siguientes elementos (una vez que se agregan los contradictorios de los conceptos ya delimitados):


 Cuadro 1.

Ahora bien, de la “Conciencia de muerte” y la “¬(ausencia de) Conciencia de vida” es posible encontrar como constante, de las tres películas que analizamos, la Violencia”. Por ejemplo, en Los olvidados, puede situarse en la persona del Papá de Julián, una vez que le han matado a su hijo. En De la calle, este concepto es ilustrado por el Viejito pordiosero que profetiza sobre el fin del mundo. Y en Ciudad de Dios, tal concepto es representado por el grupo de Niños que desafían los territorios de Zé Pequeño. En tales personajes se logra ver la conciencia que tienen de la fragilidad humana, pero también es patente la incapacidad de asumir responsablemente las riendas de su vida.

Esto deja el cuadro de la siguiente manera:




Cuadro 2.


Por otro lado, cuando no hay ni “Conciencia de vida” ni “Conciencia de muerte” lo que se vive es el Sinsentido de la vida. Es decir, se experimenta un nihilismo pasivo, como lo llamaría Nietzsche, que se encuentra inmerso en la nada, en la vaciedad, sin saber como salir de ella y sin tener la más mínima intención de hacerlo. En esta situación existencial podemos situar a Jaibo de Los olvidados, a Comandante Ochoa en De la calle y a Zé Pequeño de Ciudad de Dios. La razón de ubicar a estos personajes aquí, es su incapacidad de valorar tanto la vida como la muerte. Inclusive, a pesar de que se encuentran “cara a cara” con la muerte en más de una ocasión, su insensibilidad es tal que no les causa ninguna mutabilidad, por lo que su existir es algo aparentemente inercial y parasitario.

El cuadro correspondiente es este:




Cuadro 3.


Otra consideración a realizar, es la que surge de la combinación entre la “Conciencia de vida” y la “¬ (ausencia de) Conciencia de muerte”, que implica una Ingenuidad. Esto significa que quienes se dan cuenta de su posibilidad de existir, pero dejan de lado el aspecto finito del hombre, despegan los pies del suelo y se dedican a fantasear, al grado de que su proyecto personal de vida queda truncado e inconcluso. Para hacer más explícita la noción se pueden señalar los siguientes personajes: Pedro por parte de Los olvidados, Rufino en De la calle, así como Bene en el caso de Ciudad de Dios. El problema de estos personajes no es el hecho de tener sueños e ideales de cambio; sino más bien el hecho de no haber tomado las suficientes precauciones para que su proyecto de vida pudiera tener concreción. Es más, los tres personajes mueren en la trama de su respectiva película, sin llegar a cumplir lo que en realidad querían.

Con esta noción el cuadro se complementa como se presenta a continuación:




Cuadro 4.

Ahora, cuando hay tanto “Conciencia de vida” como “Conciencia de muerte” es posible encontrar el Sentido de vida”[2], que en las tres historias es tan buscado. De esta manera, aún cuando las tres historias concluyen con finales dramáticos, es viable encontrar personajes con posibilidad de asumir su vida como suya (Aunque no hay que perder de vista que se encuentran en “posibilidad de llegar a ser” lo que han de ser, de modo que, darle realidad supone aún, esfuerzo y constancia) Estos personajes son los siguientes: la Mama de Pedro en Los olvidados, Xochitl en De la calle y Cohete en Ciudad de Dios. Puede señalarse, a su vez, que estos personajes han perdido a seres queridos y esto podría conducirles al lado opuesto de la consideración, es decir al “Sinsentido” de la vida. No obstante, por el proceso que han llevado, de hacer conciencia tanto del valor de la vida como del valor de la muerte, se encuentran en mayor posibilidad de lograr el “salto” y asumir responsablemente su existencia y darle sentido a ésta.

Con este dato el cuadro se complementaría de la siguiente manera:
 Cuadro 5.

Por último, falta señalar cuáles son los ejes que permiten que se de o no, tanto la “Conciencia de vida” como la “Conciencia de muerte”. Por lo que respecta a la “Conciencia de vida” se puede identificar la Búsqueda de identidad”. En otras palabras, el poder plantear y responder a la pregunta, eminentemente existencial, por ¿quién soy yo? abre la puerta para asumir la posibilidad de existir como un “yo responsable”. Pero, el no descubrir la importancia de tal pregunta, conlleva a no hacer conciencia del valor de la vida.

En los tres filmes es posible detectar implícita la pregunta por ¿quién soy yo? Sólo que no todos los personajes descubren la importancia de plantear y responderse a esa pregunta responsablemente, de manera que en la mayoría de estos personajes, tal cuestionamiento es realizado sólo de manera parcial.

En lo que compete a la “Conciencia de muerte”, el Sentimiento de finitud es lo que permite valorar la posibilidad de dejar de existir y con ello asumir que con la muerte llega a su fin mi oportunidad de ser un existente, de poder ser yo mismo. Así, la “Conciencia de muerte” está íntimamente ligada a la pregunta ¿qué va a ser de mí? En consecuencia, para que una persona sea capaz de asumir responsablemente el hecho de que su existencia tarde o temprano tendrá que llegar a su fin, y darse cuenta que ello le exige tomar las riendas de su existencia ahora que puede, es necesario toparse cara a cara con una experiencia que le lleve al límite de su existencia. Es decir, que le haga darse cuenta que se encuentra a un paso de la vida, pero también a un paso de la muerte.

Ahora bien, el eje en el cual giran todos los elementos considerados con anterioridad es la Necesidad de afecto; de sentirse no sólo que se es “alguien”, sino además que se es “alguien amado y valorado”, al grado que es posible afirmar que “el amor es lo que da vida y la muerte sólo es justa cuando es por amor”.

El cuadro semiótico completo quedaría del siguiente modo:




Cuadro 6.

En resumen, Los olvidados, De la calle y Ciudad de Dios, son películas que nos presentan bajo tres distintos enfoques una misma realidad, la existencia humana. De este modo, los tres filmes hacen patente la complejidad de esta realidad que “somos en cada caso nosotros mismos” y que, por tanto, plantean aspectos que hemos vivido o que, tal vez, alguna vez viviremos.

Por supuesto que este análisis no da la última palabra. De hecho, es una invitación a profundizar en los elementos aquí expuestos y en aquellos que por la brevedad del escrito no alcanzaron a ser considerados.





[1] Por “conciencia de vida” entiéndase: la actitud de asumir la posibilidad de existir. Por su parte, cuando se dice “conciencia de muerte” es por definición la actitud de asumir la posibilidad de dejar de existir.
[2] Este “Sentido de vida” no significa que ya se haya logrado llegar a la meta de la existencia, sino más bien, que se ha encontrado la condición de posibilidad para asumir responsable y personalmente tanto el significado como la dirección de la vida propia.


miércoles, 10 de febrero de 2010

NOVeLa FiloSÓFIca ExisTENcial (3°-3)_El Extranjero de Camus


En El extranjero de Camus, Mersault, el personaje principal, resulta no sólo alguien distinto de los demás personajes de la historia, sino que se va convirtiendo en una “amenaza”. Amenaza debido a la ruptura, el corte, la escisión, la grieta, la indiferencia absoluta (“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé” ), un agujero de existencia por el que se cuela todo sin esperanza y donde el destino es un opaco cristal.

No hay esperanza en nuestro extranjero, ni salvación; su dolor no se eleva sino que se queda en él, permanece en sus días, ni se proyecta hacia adelante ni hacia atrás manteniéndose fijo en un momento que tampoco es presente. Todo él supone la extensión de unos actos de los que no se siente dueño, el ser sin repercusión moral en la totalidad de los acontecimientos que no se piensan sino que sólo se ejecutan. Recuérdese el “libre albedrío”, que ya se explico anteriormente de Electra y en el que permanece, también, Mersault.

Para el extranjero nada importa porque nada posee, es como una suspensión vital de pensamiento y acto, y no sólo en su problema o interioridad, sino para la sociedad. Una sociedad en la que vive y no, lo que significa que paralelo a él corre el mundo real (y con ello la crítica que Camus desliza sobre dicha sociedad), esas imágenes míseras y ridículas de las que en ningún momento se hace cargo porque nada tienen que ver con él , o quizá mucho (desde nuestra perspectiva como lectores), pero no para él. No para esa porción de amarga existencia donde el personaje se halla. Porque eso es lo que siente, una existencia cualquiera que quizá no merece la pena de ser vivida, conclusión que en sus últimos minutos le servirá de consuelo: “Y bien, tendré que morir […] Pero todo el mundo sabe que la vida no vale la pena de ser vivida” . Imagen vivida del “nihilista pasivo” del que Nietzsche hace mención en Voluntad de poderío . Así, Mersault ni se forma ni se destroza, es pura angustia y quietud, no hay devenir y tan sólo la triste pero real influencia de factores climáticos y ambientales a los que responde impulsivamente como una animal, dispara al árabe porque la luz del día le cegaba en ese instante .


Así que éste es el extranjero y así siente: una vida inevitable, siempre extraño en su medio, abocado a la incomprensión, al límite en todo de la moral y por supuesto alejado de su destino. Un enajenado. Es decir, que la conciencia se experimenta como separada de la realidad a la cual se pertenece de alguna manera. Nace entonces un sentimiento de desgarro, desunión y lejanía, una realidad que se halla fuera de sí en contraposición al ser en sí. Y esto designa el estado de libertad en un sentido positivo, no como liberación de algo sino como liberación para sí mismo, esto es, como autorrealización.

Sin duda hay un proceso, pero la superación está clara y en su evolución el tiempo es en todo momento el mismo, algo que ni se marca ni se define, ni es propio ni ajeno. Quiero decir que esa indiferencia está en el extranjero siempre, aunque él no lo sepa certeramente hasta el final, donde se deja caer sobre su persona. Y es entonces Camus el encargado de enseñarnos precisamente eso, que dada cualquier situación todo es siempre igual; la muerte siempre pesando, la vida en su ilogicismo golpeando al hombre, el tiempo limitando, definiendo, oprimiendo, las esperanzas en extinción, la vida marchándose lenta o rápidamente pero siempre yéndose..., y el hombre sin comprenderlo demasiado, en la aceptación o la abnegación, pero siempre “condenado” a vivir y a esperar. Ya lo decía Kafka: “tener un proceso es haberlo perdido ya”.

Camus nos relata de este modo la vida sin descanso, en la misma mente y el mismo cuerpo, sin posibilidad de interrumpir la conexión, abandonarnos o alejarnos por un rato de nuestra vida para poder volver a entrar en ella descansados. No hay tregua para Mersalut como para nadie.

“Morir a los treinta años o a los sesenta importa poco, pues, naturalmente, en ambos casos, otros hombres y otras mujeres vivían y así durante miles de años. […] Desde que uno debe morir es evidente que no importa cómo ni cuándo”.

Y ésta es la Historia, la Historia de la Humanidad. Esa historia en la que estamos inmersos pero que no nos pregunta cuándo queremos morir o dónde o por qué, sino que ella se hace cumplir en nosotros independientemente de nuestros deseos. Lo que parece contradecir la posibilidad de una existencia en libertad absoluta, pero no relativa o temporal, como el mismo hecho de la existencia que es por excelencia finita y temporal.

Éste es quizá el “sinsentido universal”, un sentimiento de desprendimiento, de injusticia, porque en el fondo uno no puede prever su final, luego todo lo que acontece en torno nuestro nos pertenece y no, posiblemente porque pertenece a algo más grande que es la Historia en general, o a la Conciencia Humana en general, o a su Condición, y no a cada ser en particular, a cada microcosmos, que como tal, importa mucho.


De este modo, Mersault con su descripción narra la Historia del hombre, la justicia que le ha asistido, la libertad, la más lícita de las lejanías que uno puede sentir respecto de la sociedad y el resto de hombres, la incomprensión, lo esporádico, la insuficiencia del entorno, el estado interior. Y con todo la necesidad de que el hombre sea su libertad.

En conclusión, cada uno de nosotros somos “extranjeros” en la vida, seres arrojados a la existencia sin haberlo nosotros pedido ni ella querido. Somos individuos acosados por las “moscas” de los prejuicios, de las modas, de los medios de comunicación, en fin, de cualquier persona que entra accidentalmente a nuestra vida. Entre tanto, intentamos asumir el “proceso” de vivir auténticamente y ser auténticamente nosotros mismos, con todo en nuestra contra.

Sin embargo, es posible atisbar intuitivamente que para lograr la vida auténtica es necesario vivir en libertad, en un proyecto que consiga atar los cabos entre el quién soy, hoy por hoy, y el quién puedo llegar a ser, al final de mi existencia, sea cuando sea que esto ocurra. Y como ese dato es el más incierto de todos, más vale “despertar” de nuestros “sueños dogmáticos” lo antes posible. Tal función de “despertador” es la que intenta cumplir la filosofía, especialmente la “filosofía existencial” y con mayor accesibilidad al hombre común mediante la “novela “filosófica” que no cuenta “cuentos”, ni “fábulas”, pero si “historias”, “historias reales” como la tuya o la mía. Por eso, parafraseando a Camus, para hacer filosofía no hay como escribir novelas y dar a pensar con imágenes.