miércoles, 10 de febrero de 2010

NOVeLa FiloSÓFIca ExisTENcial (3°-3)_El Extranjero de Camus


En El extranjero de Camus, Mersault, el personaje principal, resulta no sólo alguien distinto de los demás personajes de la historia, sino que se va convirtiendo en una “amenaza”. Amenaza debido a la ruptura, el corte, la escisión, la grieta, la indiferencia absoluta (“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé” ), un agujero de existencia por el que se cuela todo sin esperanza y donde el destino es un opaco cristal.

No hay esperanza en nuestro extranjero, ni salvación; su dolor no se eleva sino que se queda en él, permanece en sus días, ni se proyecta hacia adelante ni hacia atrás manteniéndose fijo en un momento que tampoco es presente. Todo él supone la extensión de unos actos de los que no se siente dueño, el ser sin repercusión moral en la totalidad de los acontecimientos que no se piensan sino que sólo se ejecutan. Recuérdese el “libre albedrío”, que ya se explico anteriormente de Electra y en el que permanece, también, Mersault.

Para el extranjero nada importa porque nada posee, es como una suspensión vital de pensamiento y acto, y no sólo en su problema o interioridad, sino para la sociedad. Una sociedad en la que vive y no, lo que significa que paralelo a él corre el mundo real (y con ello la crítica que Camus desliza sobre dicha sociedad), esas imágenes míseras y ridículas de las que en ningún momento se hace cargo porque nada tienen que ver con él , o quizá mucho (desde nuestra perspectiva como lectores), pero no para él. No para esa porción de amarga existencia donde el personaje se halla. Porque eso es lo que siente, una existencia cualquiera que quizá no merece la pena de ser vivida, conclusión que en sus últimos minutos le servirá de consuelo: “Y bien, tendré que morir […] Pero todo el mundo sabe que la vida no vale la pena de ser vivida” . Imagen vivida del “nihilista pasivo” del que Nietzsche hace mención en Voluntad de poderío . Así, Mersault ni se forma ni se destroza, es pura angustia y quietud, no hay devenir y tan sólo la triste pero real influencia de factores climáticos y ambientales a los que responde impulsivamente como una animal, dispara al árabe porque la luz del día le cegaba en ese instante .


Así que éste es el extranjero y así siente: una vida inevitable, siempre extraño en su medio, abocado a la incomprensión, al límite en todo de la moral y por supuesto alejado de su destino. Un enajenado. Es decir, que la conciencia se experimenta como separada de la realidad a la cual se pertenece de alguna manera. Nace entonces un sentimiento de desgarro, desunión y lejanía, una realidad que se halla fuera de sí en contraposición al ser en sí. Y esto designa el estado de libertad en un sentido positivo, no como liberación de algo sino como liberación para sí mismo, esto es, como autorrealización.

Sin duda hay un proceso, pero la superación está clara y en su evolución el tiempo es en todo momento el mismo, algo que ni se marca ni se define, ni es propio ni ajeno. Quiero decir que esa indiferencia está en el extranjero siempre, aunque él no lo sepa certeramente hasta el final, donde se deja caer sobre su persona. Y es entonces Camus el encargado de enseñarnos precisamente eso, que dada cualquier situación todo es siempre igual; la muerte siempre pesando, la vida en su ilogicismo golpeando al hombre, el tiempo limitando, definiendo, oprimiendo, las esperanzas en extinción, la vida marchándose lenta o rápidamente pero siempre yéndose..., y el hombre sin comprenderlo demasiado, en la aceptación o la abnegación, pero siempre “condenado” a vivir y a esperar. Ya lo decía Kafka: “tener un proceso es haberlo perdido ya”.

Camus nos relata de este modo la vida sin descanso, en la misma mente y el mismo cuerpo, sin posibilidad de interrumpir la conexión, abandonarnos o alejarnos por un rato de nuestra vida para poder volver a entrar en ella descansados. No hay tregua para Mersalut como para nadie.

“Morir a los treinta años o a los sesenta importa poco, pues, naturalmente, en ambos casos, otros hombres y otras mujeres vivían y así durante miles de años. […] Desde que uno debe morir es evidente que no importa cómo ni cuándo”.

Y ésta es la Historia, la Historia de la Humanidad. Esa historia en la que estamos inmersos pero que no nos pregunta cuándo queremos morir o dónde o por qué, sino que ella se hace cumplir en nosotros independientemente de nuestros deseos. Lo que parece contradecir la posibilidad de una existencia en libertad absoluta, pero no relativa o temporal, como el mismo hecho de la existencia que es por excelencia finita y temporal.

Éste es quizá el “sinsentido universal”, un sentimiento de desprendimiento, de injusticia, porque en el fondo uno no puede prever su final, luego todo lo que acontece en torno nuestro nos pertenece y no, posiblemente porque pertenece a algo más grande que es la Historia en general, o a la Conciencia Humana en general, o a su Condición, y no a cada ser en particular, a cada microcosmos, que como tal, importa mucho.


De este modo, Mersault con su descripción narra la Historia del hombre, la justicia que le ha asistido, la libertad, la más lícita de las lejanías que uno puede sentir respecto de la sociedad y el resto de hombres, la incomprensión, lo esporádico, la insuficiencia del entorno, el estado interior. Y con todo la necesidad de que el hombre sea su libertad.

En conclusión, cada uno de nosotros somos “extranjeros” en la vida, seres arrojados a la existencia sin haberlo nosotros pedido ni ella querido. Somos individuos acosados por las “moscas” de los prejuicios, de las modas, de los medios de comunicación, en fin, de cualquier persona que entra accidentalmente a nuestra vida. Entre tanto, intentamos asumir el “proceso” de vivir auténticamente y ser auténticamente nosotros mismos, con todo en nuestra contra.

Sin embargo, es posible atisbar intuitivamente que para lograr la vida auténtica es necesario vivir en libertad, en un proyecto que consiga atar los cabos entre el quién soy, hoy por hoy, y el quién puedo llegar a ser, al final de mi existencia, sea cuando sea que esto ocurra. Y como ese dato es el más incierto de todos, más vale “despertar” de nuestros “sueños dogmáticos” lo antes posible. Tal función de “despertador” es la que intenta cumplir la filosofía, especialmente la “filosofía existencial” y con mayor accesibilidad al hombre común mediante la “novela “filosófica” que no cuenta “cuentos”, ni “fábulas”, pero si “historias”, “historias reales” como la tuya o la mía. Por eso, parafraseando a Camus, para hacer filosofía no hay como escribir novelas y dar a pensar con imágenes.