lunes, 23 de marzo de 2009

¿QUÉ ES LA VIDA?

En el día a día de nuestra vida nos levantamos cada mañana, desayunamos, nos dirigimos a nuestras actividades de estudio, de trabajo, de casa y de relaciones personales con la familia, los amigos, los compañeros de estudio y/o de trabajo. De este modo comemos, jugamos, caminamos, viajamos, etc. Al finalizar la jornada simplemente nos disponemos a dormir para al día siguiente reemprender la misma rutina. Así, en toda ésta cotidianidad, pocas veces nos detenemos a reflexionar sobre lo que nos permite realizar todas estas actividades, es decir, la vida misma.

¿Qué es la vida? Me pregunto constantemente, como tantos hombres y mujeres lo han hecho a lo largo de la historia de la humanidad. Pero, mientras más me lo pregunto menos respuestas claras encuentro al respecto. Si consideramos que la vida es realmente un bien en si mismo habrá que aclarar que, éste bien es constitutivamente “bien común”. De manera que, la realización humana no es meramente realizar personas (autoposesión) o realizar sociedades (autoconstrucción), sino que, además, exige hacer que el dinamismo de este mundo garantice la vida humana, no solo para unos, sino para todos, hoy, mañana y mientras haya seres humanos, donde quiera que esto sea. En esto consiste lo más radical de la humanización, lograr que la vida sea posible para todos y no sólo para mí.

No obstante, parece ser que no todos comparten ésta concepción y para constatarlo basta con dar un vistazo a nuestras sociedades actuales en las que, temáticas como el aborto, la eutanasia, el suicidio, la drogadicción y el terrorismo son el pan nuestro de cada día. Lo que nos lleva a caer en la cuenta de que, al reflexionar acerca de la vida, también tenemos que hacerlo con respecto a la muerte. Tales realidades nos invitan, es más nos exigen, a hacer una reflexión ética al respecto, ya que todos, de una manera o de otra, estamos incluidos y afectados en cada suceso que pasa en nuestro mundo.

Toda vida comienza con el nacimiento, pero en algunos casos ocurre una pérdida espontánea del producto de la concepción antes de que se vea viable, con o sin el consentimiento de la madre, lo que es mejor conocido como aborto. Si rastreamos a fondo el asunto podemos encontrar que existe aquí la muerte de un inocente, que hay poca responsabilidad en la práctica de la sexualidad, que tal suceso constituye una tragedia social. Pero, que además es un síntoma de la sociedad, del proyecto de humanidad que “supuestamente” nos permite la vida, y lo pongo entre comillas porque si les niega el nacimiento a algunos ¿cómo puede garantizar la vida a los demás?

La pregunta “¿qué es la vida?”, toma aquí matices peculiares: ¿quién tiene derecho a ingresar a ella?, ¿quién regula el acceso?, ¿qué criterios se siguen? Las respuestas no son sencillas de encontrar, especialmente cuando se oye hablar de “hijos no deseados”, cuando hay padres que dicen: “simplemente no lo quiero”; “tengo miedo a que mis padres me corran de la casa por ser menor de edad”; “me voy a ver gorda y fea”; “no tengo con que alimentarlo, ni una casa que darle”; “ya me dijo el médico que tendrá una deficiencia mental, solo va a sufrir”; “jamás lo tendré porque será siempre un recordatorio de aquel infeliz que destruyo mi vida”, por mencionar algo.

Sin lugar a dudas, cada caso es todo un caso, difícil de resolver y ante el cuál se juega también el papel de la maternidad: ¿protección o destrucción? Pero insisto, la respuesta no es sencilla, ya que no depende sólo de las madres que tienen inevitablemente que tomar una decisión sobre su vida y la de su hijo; sino del mismo papel que juega la sociedad como madre de todas las personas que se desarrollan a su interior, y que permite que se tengan que tomar este tipo de decisiones tan radicales.

Resulta difícil tomar postura clara ante el problema del aborto, pero conviene analizar otros casos que son igual de alarmantes en los que por medio de sustancias o ejercicios físicos se busca alterar la percepción normal de la realidad, cantidad y cualidad de la conciencia, como es el caso de la drogadicción. Más de uno dirá que no hay que escandalizarse tanto por este asunto. Con los que no puedo estar de acuerdo por la lógica que supone: si alguien se ve en la necesidad de recurrir a algo para alterar su percepción de la realidad es porque, o bien, la realidad que vivimos es tan insoportable que hay que buscar algo que la haga llevadera o en su defecto, es tan aburrida que hay que buscar algo que la haga interesante. Ambas respuestas deben llevarnos a evaluar la sociedad que vivimos, ya que nos alertan que algo anda mal con el proyecto de humanidad que nos está siendo propuesto y en el que estamos tomando parte para bien o para mal.

Es pertinente aclarar que, cuando hablo de drogadicción, no me refiero a las personas que consumen alguna substancia debido a una prescripción médica por motivos de salud y con miras a la vida, sino al hecho de consumirlas en detrimento de la vida misma. En el segundo caso, estaríamos hablando de un intento de suicidio, ya que este se define como el acto o conducta que atenta contra la vida propia.

El suicidio es otra realidad que se plantea como fundamental al preguntarnos sobre la vida. Suicidarse consiste básicamente en matarse a si mismo, lo que de entrada resulta aberrante, ya que en este caso soy yo mismo el que acabo con todas mis posibilidades. Pero, habrá que preguntar antes: ¿qué posibilidades?, si como venimos viendo, los proyectos de humanidad que nos son propuestos no siempre son alentadores y a veces lo único que se busca es huir de la vida misma. Reflexionar este tema lleva a plantearnos el asunto de la propiedad de la vida, dónde cabe preguntarnos: ¿el suicidio es un asesinato?, ¿es un acto de cobardía o de valentía?, ¿verdaderamente es la salida fácil a los problemas? Y es que se puede desear la muerte por dos razones: una puede ser por no encontrarle sentido a la vida y querer liberarse del sufrimiento que está constituyendo vivir, si es así habrá que asumir ¿en que contribuimos para que ésta situación este ocurriendo?, ¿cómo favorecemos para que el proyecto de humanidad no vivifique, sino mortifique? La otra razón puede ser que, como ya se le ha encontrado sentido a la vida se anhela la muerte como plenitud de la vida misma, como corona del camino recorrido.

No obstante, hay que ver que mi vida, lo es tanto mía como para los demás, ya que como miembros de la humanidad le favorecemos o imposibilitamos la vida a los demás, de modo que el asunto de nuestra muerte es algo que incumbe a los otros también. Solo así puede entenderse por qué el suicidio puede verse como un “asesinato de mi mismo” y en cierto modo de los que tienen algún vínculo con mi persona.

El problema que plantea el asunto de la muerte es que, en realidad no sabemos morir. De hecho es algo que jamás se aprenderá. Puesto que, es el acontecimiento que da termino a nuestra existencia tal como la conocemos y aun cuando hemos vivido la pérdida de gente cercana a nosotros (y lejana también, pero con menor repercusión en nuestras vidas), no sabemos cómo afrontar de mejor manera este acontecimiento. Es más, no sabemos con certeza, cómo nos gustaría morir y mucho menos como le gustaría morir al que se encuentra a nuestro lado.

De este modo entra en consideración el tema de la eutanasia en el que la persona aun cuando lo que quiere es vivir, no lo quiere hacer de cualquier manera, sino dignamente, autoposeyéndose y autoconstruyéndose y cuando siente que no tiene lo básico para lograrlo opta por mejor no vivir. Por tanto, la visión de la muerte, desde el planteamiento de la eutanasia, consiste en un medio, no en un fin, es decir se concibe a la muerte como un medio para aliviar el sufrimiento.

La vida no es un valor absoluto, los héroes y mártires son un ejemplo claro de ello. Lo fundamental no es sólo la vida, sino una vida digna, que garantice mi vida humanamente y que humanice la de los demás. Ahora bien, si pensamos a la muerte como un proceso, preguntémonos: ¿cómo humanizar y cómo acompañar tal proceso?, ¿qué tipo de sociedad se construye cuando se quiere evitar la muerte a toda costa, cuando no se asume? Por ello, asumir el proceso de la muerte es asumir el proceso del dolor, sin olvidar que la calidad de vida es asunto que depende de lo personal y de lo social.


Aceptémoslo, asumir que nuestros criterios y principios son universales y necesarios nos llevan a la discriminación de los demás de muchas y diversas maneras, constituyendo de ésta manera una especie de terrorismo. La razón, el problema del terrorismo, surge del fundamentalismo y fanatismo que no sólo es religioso, sino también cultural, económico o ideológico, desde los cuales se pretende imponer los criterios y valores propios aun a costa de la dignidad, la libertad y la vida misma.

Nuestras opciones fundamentales deben estar en continua revisión para no absolutizarlas, porque entonces se convertirán en meros fines y no en medios para lograr la realización humana. La manera de saber que nuestras opciones fundamentales son viables, es por medio de la justificación que los otros hacen de de ellas. Cuando los otros quieren nuestra vida, nos quieren a nosotros y justifican nuestra vivencia.

El breve recorrido realizado hasta aquí, nos permite descubrir que la vida es algo demasiado complicado de entender y que la muerte lo es aun más, pero sería conveniente recordar que tanto vida como muerte, para que cobren sentido, han de vivirse como gratuidad, que no sólo consiste en dar algo, sino en “darse” a si mismo. Pero no se reduce a actos aislados, sino que ha de buscar lograr convertirse en una forma constante de ser gratuito. De este modo, la gratuidad nos hace caer en la cuenta de la fragilidad humana y nos lleva a buscar humanizar no solo a quien quiero, sino incluso a humanizar a quien me ha pisoteado sistemáticamente, por el simple hecho de descubrirlo tan indigente como yo, tan necesitado de ser humanizado. Por tanto, la gratuidad no consiste en realizar actos desinteresados, sino todo lo contrario, es actuar con todo el interés de humanizarme y humanizar a los demás, es vivir y morir de manera humana y humanizante.

Por: Erick Fernando

4 comentarios:

Anónimo dijo...

NONWITES MUY INTERESANTE EL ARTICULO, QUE MAS QUE NADA ES UNA INVITACION A HUMANIZAR NUESTRA VIDA Y CLARO LA DE LAS PERSONAS CON LAS QUE TENEMOS CONTACTO A CADA DIA, Y ESO ES LO QUE LA ENRIQUECE Y NOS HACE CRECER Y APRENDER, PARA ESTO DEBEMOS ESTAR ABIERTOS A LAS POSIBILIDADES. CADA TROPEZON EN LA VIDA NOS BRINDA UNA OPORTUNIDAD DE LEVANTARNOS MAS FUERTES, MAS ATENTOS, SENCIBILIZA MAS NUESTROS SENTIDOS PERO NO NOS GARANTIZA EVITAR OTRO TROPEZON.

SALUDOS

MARLENE

Anónimo dijo...

¿QUÉ ES LA VIDA?

La tarea de Dios fue la creación; la del hombre, dar continuidad a ésta mediante la vida. ¿Y qué es la vida? En términos simples es fuerza, fecundidad, movimiento, vigor, salud, aliento, energía, crecimiento, es decir, expresión de un Dios vivo “que da la vida” y “que hace vivir”. La vida es la relación con la luz, “luz de vida”.

Independientemente de las numerosas teorías filosóficas que a lo largo de la historia han intentado responder a esta antiquísima interrogante, en la Biblia se multiplican las voces que parten de un hecho incontrovertible: Dios está contra la muerte y a favor de la vida. ¿Podría ser de otro modo?

¿Acaso quiero yo la muerte del malvado y no que se convierta de conducta y viva?
Oráculo del Señor: ―No quiero la muerte de nadie. Conviértanse y vivirán.
Por mi vida ―oráculo del Señor― juro que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva. [Ezequiel]

Dios no hizo la muerte,
ni goza destruyendo a los vivientes.
Todo lo creó para que subsistiera.
Las creaturas del mundo son saludables:
no hay en ellas veneno de muerte,
no impera el abismo en la tierra. [Sabiduría]

Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. [Sabiduría]

Yo he venido para que vivan y estén llenos de vida. [Juan]

No retrasa el Señor lo que prometió, aunque algunos lo estimen retraso: es que tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, quiere que todos tengan tiempo para enmendarse. [Pedro]

Por su parte, Deuteronomio advierte que el hombre debe escoger la vida:

Hoy cito como testigos contra ustedes al cielo y a la tierra: te pongo delante de vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida, y vivirás tú y vivirá tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, porque él es tu vida.

El hombre debe optar por el camino de la vida, y creer en el Dios vivo que es fuente de vida. A lo largo de toda la Biblia ―Job, Eclesiastés, Eclesiástico, Salmos, Romanos, entre otros― corre un sentimiento de horror a la muerte, que los sabios expresan con denuedo. El valor primordial, lo único importante, es vivir.

La vida y la muerte ―como el espíritu y la carne― se oponen irreductiblemente, entablan siempre una lucha interna. Ésa es la perenne tensión de todo ser vivo. ¿Es casual que tal tensión se haya resuelto a través de la Resurrección? ¿Creemos en un Dios vivo o nos solazamos con su muerte?

No es casual la distinción bíblica entre lo puro y lo impuro. Es impuro todo lo que va en contra de la vida, lo que la desfavorece o disminuye. Por eso, desamor, debilidad, flaqueza, esterilidad, desorden, disgregación, infección, maldición, injusticia y pecado son impurezas, es decir, veneno de muerte.

Las prescripciones de la Biblia no sólo no pretenden aislar al espíritu de la materia; por el contrario, aspiran a fundirlos en el sentido de la vida, en la dinámica de la creación. Por eso aminorar o echar a perder la vida es apartarse de Dios. Atentar contra la vida es atentar contra Dios.

La vida no solamente es biología, ni materia que palpita: es relación con el Dios vivo, es vida “a su imagen y semejanza”. ¿Qué clase de relación establecen con Dios los suicidas, los partidarios de la eutanasia, los practicantes del aborto? ¿Es casual que entre los Diez Mandamientos se encuentre el “no matarás”?

jh

Anónimo dijo...

Erick:

Quizá por las deformaciones propias de mi oficio, cuando el significado de un concepto escapa a mi entendimiento, habitualmente me refugio en el diccionario; sin embargo, Madre Academia —pese a las 20 entradas que ofrece sobre la palabra vida— poco o nada ayuda en esta ocasión para disolver la sempiterna duda. Tengo, pues, mi propia definición.

Orbitan en torno a tu propuesta inicial (¿Qué es la vida?) otros términos —aborto, drogadicción, eutanasia, muerte, terrorismo y suicidio— igualmente inquietantes. Aunque resulta ineludible mirarlos como caras adulteradas de la vida misma, todos merecen comentario aparte. Más que disertar sobre todo el artículo, me referiré a uno solo: el suicidio.

En la tensión constante que hace de eros y tanatos una unidad indivisible, en la dicotomía biófilo-necrófilo, que analiza Fromm en “Anatomía de la destructividad humana” y hasta en el clásico análisis de Émile Durkheim, el suicidio es un oscuro episodio de la vida humana que no se instala entre antípodas. El suicida no vive entre el blanco y negro, el bueno o malo; es huésped de la indefinición.

Las corrientes psicológicas de mayor peso sostienen que los suicidas se hallan en tal estado de inconsciencia que, al decidir sobre su propia muerte, están exentos de valor o cobardía porque, simple y sencillamente, no pertenecen a esta vida. Al margen de esas polémicas quiero referirme a la narración de un hecho extraño que se encuentra en el segundo libro de los Macabeos (Capítulo 14).

Denunciaron ante Nicanor a un tal Razis, del Senado de Jerusalén, a un hombre que amaba a sus conciudadanos, muy estimado, al que llamaban por su bondad “Padre de los Judíos”. Al principio de la sesión había sido acusado de practicar el judaísmo, y se había entregado al judaísmo en cuerpo y alma.

Nicanor quería mostrar su malevolencia con respecto a los judíos y envió a más de quinientos soldados para arrestarlo, pensando que con esto asestaba un duro golpe a los judíos.

Cuando los soldados estaban a punto de apoderarse de la torre y querían forzar la puerta del atrio, se les ordenó prender fuego e incendiar las puertas. Entonces Razis, acorralado, se clavó la espada, prefiriendo morir noblemente antes que caer bajo las garras de aquellos criminales y tener que sufrir ultrajes indignos a su nobleza. (Me recordó a Salvador Allende, durante sus últimos momentos en el Palacio de La Moneda).

Pero en la precipitación de su lucha no acertó con el golpe, y las tropas estaban ya puertas adentro. Entonces corrió valientemente hacia la muralla y se tiró abajo sobre los soldados, como un héroe. Los soldados retrocedieron de inmediato, dejando un espacio libre y allí cayó, en medio del espacio vacío. Todavía respiraba. Se levantó enardecido. Arrojando sangre a chorros, herido de gravedad corrió por entre las tropas, se encaramó a una roca y ya completamente exsangüe arrancó los intestinos, los tomó con las dos manos y se los tiró a las tropas.

Suplicó al dueño de la vida y del espíritu que se los devolviera de nuevo, y así murió. (Fin de la cita textual).

Pregunta disfrazada de duda razonable. ¿Es la muerte de Razis una muerte extraña o se trata de un suicidio? ¿Tiene Razis semejanza con los palestinos fundamentalistas que se suicidan en nombre de su Dios y por la libertad de su pueblo? ¿Acaso los eufemismos son la aduana más cómoda para dar paso a aquello que no nos gusta? Sospecho se trata de algo más que simple miedo a las palabras.

jh

Anónimo dijo...

Erick, buen amigo universal,

Según aquello de que la forma (ya) es mensaje, agradezco el regalo de una página bellamente construída; yo estoy convencido de la capacidad humanizante y de apertura a lo trascendente que tiene el arte, pero más que a mi convicción yo, en estos momentos que escribo, pienso en Benedicto XVI que en libros, homilías y discursos recurre a la belleza como una categoría indispensable para la humanización y trascendencia de la vida o, en otros términos, para que la vida tenga sentido. Es un tema en el que poco, o nada, se nos educó en el pasado, igual que en el presente. Me emociona que una mujer de Auschwitz avocada a los hornos crematorios (Etty Hilesum), ha dejado constancia en sus diarios que, en los momentos más oscuros de su vida, que ésta le parecía, la vivía, la miraba como bella.

El tema de tu Blog "qué es la vida" es muy denso en contenidos para la reflexión y el diálogo; me detengo en el segundo párrafo porque allí siento que está el gozne de tu tesis: la vida es un bien en sí; pero es un bien común; el juego sociológico al que se ve sometida, para bien o para mal.

¿Qué hacemos, hoy, para que la vida florecida en la persona ( en el sentido filosófico del témino ) encuentre caminos de viabilidad?

Lo que tú llamas el juego de los elementos sociológicos y culturales de hoy que tanto pretenden marcar el encuadramiento de la vida: nace o no nace, crece o no crece, hacia dónde crece,

Simone Wel llamaba a este juego con un término fuerte: la fuerza de la mecánica.

Por otra parte, el clima narcista que nos envuelve, el trueque agresivo en las prioridades de valores.

Como tú dices, el tema es complicado y requiere toda nuestra capacidad de reflexión y diálogo.

Por otra parte, quizás no hay otro tema más apasionante,

juan josé.