Cuando hojeamos el interior de una obra filosófica es común encontrarnos con ideas, nociones, conceptos y consideraciones abstractas que parecieran presentarnos una “fría conciencia pura”. En otras palabras, la idea más general y generalizada de la filosofía es que trata de cosas que no interesan al hombre de la vida cotidiana y que es un estudio “frío” de la realidad. Sin embargo, tal como lo describe Nicola Abbagnano:
“Filosofar significa para el hombre, en primer lugar, afrontar con los ojos abiertos el propio destino y plantearse claramente los problemas que resultan de la justa relación consigo mismo, con los demás hombres y con el mundo. Significa, no ya limitarse a elaborar conceptos, a idear sistemas, sino elegir, decidir, empeñarse, apasionarse: vivir auténticamente y ser auténticamente sí mismo.”
De este modo, una nueva forma de plantear los problemas filosóficos al hombre de la cotidianidad es mediante la “novela filosófica”, que de suyo esboza situaciones de la vida real y valiéndose del lenguaje simbólico, nos lleva a consideraciones sobre la vida, la muerte, la libertad, la alteridad, el relativismo, entre otros.
En el presente ensayo se desarrolla el problema de la libertad desde tres novelas filosóficas: El proceso de Franz Kafka, Las moscas de Jean-Paul Sartre y El extranjero de Albert Camus.
La primera obra a analizar es El proceso de Kafka, la elección es simbólica, ya que tanto la vida como la libertad humanas pueden ser interpretadas como verdaderos procesos. Es decir, puesto que el hombre no está definido de una vez y para siempre necesita ir cuestionándose agustinianamente ¿quién soy? y ¿qué va a ser de mí? O lo que es lo mismo, ¿qué soy ahora? y ¿qué puedo llegar a ser? En esto consiste justamente “el proceso”, en tratar de dar respuestas a estas cuestionantes filosóficas, pero primordialmente existenciales.
En consecuencia, el inicio de la novela no podía ser más ilustrativo del comienzo del proceso de ser sí mismo. El despertar . El despertar exige una infinita presencia de ánimo, que permita actuar con rapidez, proporcional al modo aparentemente ilimitado de la dispersión, característica del estado de ensoñación. Quien no agarra velozmente el hilo de la continuidad del día, corre el riesgo de quedar atrapado, no en el sueño, sino en una forma particularmente aterradora de la vigilia. Literalmente, podría ser la forma del aturdimiento, ese momento inicial del despertar, que consiste en abrir los ojos a una pura exterioridad vacía de todo sentido.
Este modo inquietante de la vigilia, es quizás el que más se parece a la perspectiva de K. en El proceso. Pero su historia, enseña que el quedar detenido en ese momento del despertar, es algo más que un fenómeno fisiológico. Es, de hecho, la imagen originaria y, en parte latente, del extrañamiento, de esa ruptura invisible con el mundo familiar y conocido que, de pronto, sobreviene dentro de la propia vigilia. La imagen del despertar aturdido, une el instante del extrañamiento con el lugar de mayor familiaridad: el dormitorio o la cama. A partir de aquí, esto es, desde el principio, lo familiar, salvo como ilusión o deseo, no tendrá lugar en El proceso.
De tal manera, el despertar es el momento de máxima vulnerabilidad, porque en él se demora el estado de desprotección propio del sueño. ¿Cómo, entonces, se puede estar preparado? De hecho, no se está preparado. Siempre nos toma por sorpresa. Nacemos sin haberlo pedido y somos puestos en el mundo para ser libres… aunque no tenemos ni la más mínima idea de cuáles son las reglas del juego, las reglas del proceso. Hemos sido puestos en el mundo para ser libres, pero el camino para serlo lo hemos de descubrir en el proceso de ser libres, nunca antes.
Por otro lado, hay que tener bien presente que quien entra en proceso se convierte en un extraño, un extranjero. Los demás aún cuando condicionan su vida no lo terminan de entender y “pasan” por su vida, pero no se quedan para siempre. Inclusive no hay abogado que pueda llevar con éxito nuestro proceso, como pasa con K. que se ve en la necesidad de despedir a su abogado y tomar las “riendas” de su proceso . De igual modo, nuestro proceso corresponde a nosotros mismos. Cada quien es el abogado de su propio proceso.
Ahora bien, “tener un proceso es haberlo perdido ya” , en el sentido de que quien vive lo hace para morir. Así, no es que estemos en la imposibilidad de vivir con autenticidad la vida, pero la vida siempre será demasiado corta para quien comienza a vivirla. No obstante, vivir con autenticidad es vivir libre, ser sí mismo. Lo que significa que no importa morir si se ha aprendido a vivir libremente. En este sentido, la libertad nos concede una especie de anticipación a la muerte. Aprender a ser sí mismo libera al hombre incluso de su vida misma.
Lo anteriormente descrito lo podemos constatar en el breve, pero aplastante capítulo final , donde K. aparece distinto. Ante todo, se anticipa a los hechos. A pesar de no haber sido notificado sobre visita alguna, su actitud es la de quien espera invitados. Da la sensación de que por fin ha visto lo que se le escapa desde el primer momento: ser arrestado -o arrastrado- es ya empezar a morir. Como el retardo es parte de la agonía, el golpe de vista sólo podía estallar dentro de una esfera que, en cierta medida, se sustrae al poder que ciega. Esta esfera es la de un sueño, que no es premonitorio, pero sí una revelación, la fisura del retardo, el pasaje hacia el fin...
Continuará... (2°-3)
Erick Fernando